Muchas veces, a lo largo de nuestra vida, nos obsesionamos con cosas, lugares, tiempos, personas, por alguna razón, que de primera instancia, no entendemos. Solemos dejar esa obsesión vagando en nuestras mentes, rondando en el laberinto de nuestros pensamientos, deambulando en los pasillos sin fin, que a su vez nos lleva a otros pasillos nuevos, que a la larga nos conecta al primero, dejándonos perder en círculos interminables. Y a la larga, la fatiga nos vence, nos asfixia, nos ahoga, nos entierra. Y no es hasta que ya estamos en ese último aliento, cuando nos decidimos a buscar, en desespero, un acto de cierre que nos guíe a llenar nuestros pulmones de aire de aceptación y de olvido...
La vida nos ofrece muchas cosas, lugares, tiempos y personas que nos permiten caer en una obsesión. Y cuando digo obsesión, me refiero a una manía, ofuscación, ceguera, obstinación. Hacemos las cosas con ese "algo" siempre mente, repetidamente. Llegamos a unos extremos que nosotros mismos no lo hubiéremos alcanzado, de alguna otra manera. Ese "algo" nos martilla nuestra mente, y no podemos evitar seguir enfocados en el mismo. A veces nos dejamos arropar por la ceguera de ese "algo", que olvidamos lo que nos rodea. Terceras personas caen heridos en la guerra de nuestra obsesión, y hay veces que las heridas son tan profundas, que aunque encontremos nuestro cierre, llevan al más allá a esa otra persona, causando una pérdida irreparable. Todos, de una manera u otra y a un nivel diferente, nos dejamos arrastras por estas obsesiones, pero recae en nosotros actuar para encontrar nuestro cierre, antes de que sea muy tarde. El primer paso debe ser identificar ese "algo" que nos impide pensar claramente, que nos ciega a la realidad de nuestro problema. Una vez identificado, pregúntate cuál es la raíz de esa obsesión, qué estás tratando de compensar con la misma. Cuando ya puedes entender esto, y puedas comenzar a trabajar con dejarla ir, con dejarla volar, con desprenderla de tu ser, con buscar una salida, con poner los pies en la tierra, abriendo los ojos y situando la mirada en lo que realmente vale, tomando una bocanada de aire fresco de aceptación y olvido. Y es entonces cuando podrás encontrar el sentido en el laberinto de pensamientos y vivir realmente, una vez más...
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