Es extraño cuando uno se detiene a pensar en el pasado, especialmente cuando tropezamos con sentimientos encontrados de nuestras experiencias. De momento nos perdemos en un mar de recuerdos, que nos dibujan, en un segundo, una sonrisa, la cual es arrebatada de nuestro rostro por la próxima oleada que acarrea lágrimas. Pero siempre me he preguntado por qué sucumbimos a la tentación de ese pasado, si conocemos, sus vicios, sus intenciones y el triste resabio que dejó en nuestros labios. Pero, la única respuesta que puedo concebir, es que siempre deseamos lo que ya no nos pertenece...
Cuando nos envolvemos en la asiduidad diaria de nuestro vivir, y no aceptamos que nuestras condiciones han cambiado, y que no somos esos jóvenes sin responsabilidades que una vez fuimos, y odiamos la realidad de nuestra situación, solemos escaparnos a ese pasado, con la interrogante del qué hubiera sucedido si actuáramos diferente. Entonces, comenzamos a cometer errores en nuestro presente. Dejamos escabullir entre nuestros dedos nuestro nuevo hoy, que se forja con nuevas experiencias, relaciones y acciones, y que si nos enfocáramos, podrían llevarnos a un resultado diferente de la situación actual. Esos errores nos llevan a herir a los que nos rodean, y nos confunden, nos ciegan y nos hacen creer que lo que tenemos no vale, que siempre hay algo más allá que nos puede hacer sentir mejor. Esos errores, en ocasiones, nos llevan a inventar una falsa re-afirmación en nuestras mentes de que tenemos que sentir algo diferente a la estabilidad actual, para sentirnos vivos, para sentir que valemos, para sentirnos apreciados. Solemos causar dramas innecesarios, solemos perdernos en una ilusión de alguien que no nos pertenece, para tratar de buscar esa escapatoria, solemos sobrepasar límites sin detenernos a pensar en sus consecuencias. Y cuando estamos en medio del torbellino del fruto de nuestras acciones, donde todos esos límites que pasamos y esos errores que cometimos, amenazan con destruir lo que podría ser nuestro nuevo hoy, entonces señalamos y culpamos a nuestra inmadurez, y pretendemos que todo estará bien... Pero no crecemos, no aceptamos, no olvidamos, no dejamos que nuestro presente cree las nuevas experiencias que impidan que vivamos en ese pasado. Y, por un tiempo, viviremos la mentira de que podemos conmutar...
Hasta la próxima vez que volvamos a odiar nuestra realidad y sucumbamos a la tentación de saborear ese pasado que, una vez más, dejará un triste resabio en nuestros labios...